jueves, febrero 19, 2015

Una renuncia y la democracia


Hasta diciembre de 2012, el PAN contaba con un millón 868 mil 572 militantes entre activos y adherentes. Tras el proceso de refrendo ese mismo mes, el padrón se redujo a 379 mil. Apenas el 20% del total.
Explicaciones hay de chile, mole y pozole. Desánimo de unos por haber perdido la Presidencia, otros la chamba, lo engorroso del trámite en sí, que muchos ni se enteraron, difuntos en listas, etc.
El caso es que esa militancia quedó en el limbo. En el limbo, pero fuera del partido. No fueron expulsados pero tampoco renunciaron, porque aun los que conscientemente no acudieron a refrendarse (como si fueran engomados de carros), rechazaron una ocurrencia, una puntada con forma de trámite.
Muy distinto es la renuncia. Renunciar a un partido implica hacer constar que no se coincide con sus estatutos, con la operación del mismo o hasta con su dirigencia. Es un asunto más de forma política que de fondo ideológico.
Quienes renuncian lo hacen por así convenir a sus intereses, ya sea registrarse en otro partido, no tener impedimento en participar en organismos electorales a futuro o cumplir la normatividad y convertirse en candidatos ciudadanos. O por el bien del negocio y el patrimonio propios.
Si te expulsan es porque de plano eres un insidioso dolor de cabeza. Es como el metiche que no teniendo vida propia en su propio muro de Feis se mete a los muros ajenos a jorobar al autor de un comentario. Lo hará un tiempo, pero después terminan por bloquearlo. Están en su derecho.
Les traigo a colación estas consideraciones luego de conocer la renuncia al PAN del precandidato  a alcalde en Zamora que no se vio favorecido en la contienda interna. Sip, el que perdió.
Habiendo arrancado seis meses antes, a veces de forma más discreta y muchas veces menos, no le alcanzó. No se percató que siendo el delfín de quien lo era, empezaba mal. El descarado y burdo placeo donde igual inauguraba calles, entregaba juguetes, uniformes, apoyos, sonrisas… todo a nombre de su emocionada mecenas, se veía mal. El director de un organismo descentralizado del Ayuntamiento, haciéndola de personero de la alcaldesa con todo el aparato municipal a su servicio. No, pues no. Tan no, que ni siquiera valieron esta vez los mensajitos que el junior disfruta enviar el día de la elección interna a todos los panistas en nómina. En las penumbras los envió y en las penumbras se quedó.
Y paso lo que tenia que pasar. Renunció. No hay que tener dos dedos de frente para darse cuenta que de haber ganado, se hubiera quedado. Debe ser difícil asimilar que ya no se tiene el poder que se gozaba en tiempos del señor de las manos limpias. Ya no es lo mismo. Ni para el ni para ella, que ha optado por desquitarse con quienes puede y de la forma más ruin: quitándoles el sustento.
Desafortunadamente, esta historia suele repetirse en todos los municipios del país, mas allá de ondas gruperas o de los colores que los administran. Forma parte del debate sobre la decadencia de los partidos políticos en todas las sociedades. 
Por lo pronto, la única forma en que podremos quitarnos esta retrógrada práctica es, para quienes militan en un partido, insistir y defender elecciones internas libres; y para quienes no, alentar las candidaturas independientes y ciudadanas.
Solo así podremos construir una sociedad viable, justa y representativa. Democrática pues. Sin dados cargados.

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