Hasta diciembre de 2012, el PAN contaba con
un millón 868 mil 572 militantes entre activos y adherentes. Tras el proceso de
refrendo ese mismo mes, el padrón se redujo a 379 mil. Apenas el 20% del total.
Explicaciones hay de chile, mole y pozole.
Desánimo de unos por haber perdido la Presidencia, otros la chamba, lo
engorroso del trámite en sí, que muchos ni se enteraron, difuntos en listas,
etc.
El caso es que esa militancia quedó en el
limbo. En el limbo, pero fuera del partido. No fueron expulsados pero tampoco
renunciaron, porque aun los que conscientemente no acudieron a refrendarse
(como si fueran engomados de carros), rechazaron una
ocurrencia, una puntada con forma de trámite.
Muy distinto es la renuncia. Renunciar a un
partido implica hacer constar que no se coincide con sus estatutos, con la
operación del mismo o hasta con su dirigencia. Es un asunto más de forma
política que de fondo ideológico.
Quienes renuncian lo hacen por así convenir
a sus intereses, ya sea registrarse en otro partido, no tener impedimento en
participar en organismos electorales a futuro o cumplir la normatividad y
convertirse en candidatos ciudadanos. O por el bien del negocio y el patrimonio
propios.
Si te expulsan es porque de plano eres un
insidioso dolor de cabeza. Es como el metiche que no teniendo vida propia en su
propio muro de Feis se mete a los muros ajenos a jorobar al autor de un
comentario. Lo hará un tiempo, pero después terminan por bloquearlo. Están en
su derecho.
Les traigo a colación estas consideraciones
luego de conocer la renuncia al PAN del precandidato a alcalde en Zamora que no se vio favorecido
en la contienda interna. Sip, el que perdió.
Habiendo arrancado seis meses antes, a
veces de forma más discreta y muchas veces menos, no le alcanzó. No se percató
que siendo el delfín de quien lo era, empezaba mal. El descarado y burdo placeo
donde igual inauguraba calles, entregaba juguetes, uniformes, apoyos, sonrisas…
todo a nombre de su emocionada mecenas, se veía mal. El director de un
organismo descentralizado del Ayuntamiento, haciéndola de personero de la
alcaldesa con todo el aparato municipal a su servicio. No, pues no. Tan no, que
ni siquiera valieron esta vez los mensajitos que el junior disfruta enviar el
día de la elección interna a todos los panistas en nómina. En las penumbras los
envió y en las penumbras se quedó.
Y paso lo que tenia que pasar. Renunció. No
hay que tener dos dedos de frente para darse cuenta que de haber ganado, se
hubiera quedado. Debe ser difícil asimilar que ya no se tiene el poder que se
gozaba en tiempos del señor de las manos limpias. Ya no es lo mismo. Ni para el
ni para ella, que ha optado por desquitarse con quienes puede y de la forma más
ruin: quitándoles el sustento.
Desafortunadamente, esta historia suele
repetirse en todos los municipios del país, mas allá de ondas gruperas o de los
colores que los administran. Forma parte del debate sobre la decadencia de los
partidos políticos en todas las sociedades.
Por
lo pronto, la única forma en que podremos quitarnos esta retrógrada práctica
es, para quienes militan en un partido, insistir y defender elecciones
internas libres; y para quienes no, alentar las candidaturas independientes y
ciudadanas.
Solo así podremos construir una sociedad viable, justa y representativa.
Democrática pues. Sin dados cargados.
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