Satanizar el abstencionismo y el voto nulo es una desfachatez fenomenal,
al menos en México. Quien promueve los anatemas a los ciudadanos que
simplemente no quieren ir a votar o que quieren ir pero solo para darse el
gusto de tachar una boleta, son los partidos que no gozan del poder. Su lógica
tiene origen en una vieja práctica: “el que no va a votar o anula su voto, es
porque está molesto con el gobierno. Y si está molesto con el gobierno, a nosotros
como oposición, no nos conviene perder esos votos; mejor digámosles que hacer
esto los convierte en malos mexicanos y que solo votando por la oposición serán
salvados”.
Bueno, esto solía funcionar y ser cierto hasta finales de los noventas,
en que el PRI-Gobierno era un bloque monolítico, sólido. En cuanto la oposición
de derecha e izquierda comenzó a conquistar cada vez mayores espacios de poder,
con ello llegaron las tentaciones propias del oficio. Y ya para el año 2005
dejaron de ser tentaciones y se convirtieron en hábitos de corrupción en todos
los partidos. El colmo es que para este 2015, ningún partido ha estado exento
de moches, corrupción, complicidad, desfachatez, vanagloria… todo a un nivel
estridente, escandaloso. Los otrora garantes de la honestidad terminaron
metiendo burdamente el aparato gubernamental a sus campañas de partido (¿recuerdan
a Cocoa en 2011?) o inmersos en un burdísimo asunto de moches (¡Échale
Montana!) de la misma manera que los baluartes de las causas de los más
desprotegidos y pobres acabaron aliados con los criminales (como los Abarca) o
haciendo a un lado su histórica e histérica defensa del petróleo mexicano (y
votaron a favor la reforma energética).
Sip, tanto el PAN como el PRD terminaron por convertirse en lo peor del
PRI-Gobierno que tanto criticaban. Y ahora, como cada elección, resulta que son
hermanas de la caridad. Y ya ni mencionar al Partido
Verde, que como el PANAL, suelen venderse al mejor postor (algunos ingratos les
llaman meretrices de la política).
Y luego porqué los ciudadanos están hasta el copete (sin alusiones
personales) del circo partidocrático. Están hartos de que todos acusen a todos
de lo mismo que todos practican. Hasta parece trabalenguas. Y por eso ya no
votan y si van, es para anular su voto y darse ese gustito.
Al final de cuentas, el día de la jornada electoral los tres grandes
partidos echan a andar puntualmente su maquinaria para acarrearse votos.
Compran supuestos liderazgos (que a todos les aceptan el billete y terminan embolsándose
la lana), surgen desayunos por aquí y por allá para de ahí llevarlos a votar,
se hacen de sus secretísimas casas seccionales como base de operaciones (y que
todo mundo sabe donde están), coptan menores de edad para que no sean detenidos
en el acarreo, preparan sus bingos y claro, arman sus brigadas cazamapaches con
sus cuadros mas rudos, dispuestos a romperse la madre con tal que el rival no
pueda hacer lo que ellos están haciendo. Una chulada de vicios que todos
comparten. Otro arroz en el prietito.
De modo que anular el voto o no ir a votar es un asunto muy personal de
cada ciudadano con credencial de elector. Es la única manera que le queda de
demostrar su rechazo a los partidos y la forma en que éstos actúan. Digo, Nuevo
León o Morelia por ejemplo, tienen la ventaja de contar con candidatos sin
partido, lo que les da una ventaja sobre los que no tenemos esa opción.
De manera que nop, no comparto eso de que si no votas o anulas tu voto
eres parte del sistema (como si el sistema no fuera precisamente un engendro de
la partidocracia). Quizás les aterran los resultados de las encuestas que
arrojan que hasta un 68% de los jóvenes que por primera vez tienen credencial
de elector están decididos a anular su voto o de plano no piensan votar.
El mensaje es claro. Ningún partido esta a la altura de decirle al
ciudadano lo que debe hacer y lo que no y mucho menos descalificarlo. El que
quiera votar pos qué bueno y el que no pos también.
Para eso eres un ciudadano libre: para votar,
para anular o para no votar.