Hasta la semana pasada era
el Administrador del municipio de La Piedad. No equivoqué el término. En cuanto
foro se paraba (y en publicidad impresa) indicaba que era el mejor municipio de
Michoacán. Como estaban las cosas, no faltó quien socarronamente agregaría que
no solo eso, sino que era el mejor municipio del mundo mundial.
Entonces la semana pasada
pidió licencia indefinida. Ya lo había hecho antes, por unos días, a fin de
dedicarse de lleno al cierre de su precampaña y evitar que le señalaran la
utilización de recursos públicos para fines de promoción personal y de partido
y de paso, permitirse regresar a la administración municipal con todo y nómina.
Yo defiendo el derecho de
quienes ejerciendo un cargo de elección popular, busquen otro. Sin embargo poco
les abona no haber dejado un legado, una constancia del trabajo efectuado. Más
aun cuando habiendo anunciado con bombo y platillo y como oferta principal de
campaña un mega proyecto, éste no se lleva a cabo y dejan el cargo sin siquiera
quedarse a cerrar la puerta.
Sí, me refiero a la tan
sobada PLAPI.
Prometida como la obra
magna de la administración municipal en curso, generó tal expectativa que se
habló de esta Plataforma Logística en foros nacionales e internacionales. Se
acudió a ferias y exposiciones, se viajó, hubo reuniones, se tomaron la foto y
punto. Nada en concreto.
Era de esperarse.
Porque, ¿qué empresario en
su sano juicio, si cuenta con cien mil pesos para invertir en un changarro lo
va a poner en la colonia conflictiva del poblado, cuando puede rentar un local
en la zona comercial del mismo que ofrece mayores garantías y seguridad para su
dinerito? Michoacán era, especialmente en 2011, esa colonia conflictiva del
poblado llamado República Mexicana. Competir con Guanajuato o Jalisco era una
idea, por decir lo menos, locuaz.
Era pues, a sabiendas, una
promesa bofa, sin sentido. Pero daba votos.
De ahí el desencanto del
ciudadano, por lo que en estas condiciones lanzarse a la aventura de una
candidatura a diputación plurinominal dice mucho de las fichas que se traen:
pocas. Bonito aporte a su musa estatal.
Y es que en estos tiempos hacer
obra y no robar no basta para calificar como un buen gobernante. Hay que tomar
decisiones –en la soledad, dijo algún ex alcalde-, rodearse de gente
experimentada y capaz y tener grandeza de miras. Pero
cuando para realizar cualquier acción de gobierno primero se pide invariablemente
el visto bueno del (la) tlatoani o peor aun, cuando las voces que se escuchan
proceden de un puñado de chiquillos imberbes que sobresalen por su
intrascendencia, entonces la gente sí que se da cuenta. Lo de la grandeza de
miras queda como simple retórica propia del discurso de quienes desde la
oscuridad, forman una verdadera gavilla de oportunistas, chambistas que se
ostentan dignísimos amos y señores de los destinos del municipio.
Ahora viene la realidad. Los
grandes partidos enfrentan en general el desencanto ciudadano y el blanquiazul
no escapa a este escenario. El aspirante de este partido que ahora busca regir el
municipio quiere ganar las elecciones y sabe que estos peques le abonan... al voto de castigo. La única
esperanza entonces de la chiquillada que jugó a ser gobierno municipal está
depositada en su candidata al gobierno del estado que, de ganar, seguramente
les abriría espacio en la nómina estatal. Un diputado federal plurinominal no
alcanza a mantener a tantos. Y eso si llega. Que por lo que se ve, no. Ni ella.
Así las cosas, en La Piedad termina una etapa.
Ya sabemos quienes se van. Ya veremos quienes llegan. Esperemos que ahora sí, a
gobernar y no solo a administrar.
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